Más de una vez los filósofos nos han dicho que “el hombre es puramente libertad”. El Dante pareció participar de esta máxima, cuando puso en boca de Beatriz en “El Paraíso”, que “el mayor don que Dios, en su liberalidad nos hizo al crearnos, el que está con la bondad más conforme y el que más se estima, fue el del libre albedrío” y el poeta florentino vuelve a insistir en su Tratado “De la Monarquía” sobre el mismo tema: “el género humano vive tanto mejor, cuanto mayor es su libertad, cuyo primer principio es el libre albedrío”. Muchos siglos más tarde, el poeta francés Paul Eduard, se expresó en una verdadera explosión de entusiasmo, al decirnos:
En el cuaderno de mi escuela,
en el pupitre y en lo árboles,
sobre la arena y sobre la nieva,
escribiré tu nombre: Libertad.
Una de las raíces humanas más profundas de la libertad se encuentra en los clásicos griegos y latinos y, sin duda, debieron tener razón si se recuerda aquellos años en que el régimen soviético prohibió las obras de Platón, creador del pensamiento libre y también cuando se eliminaron de las escuelas y colegios alemanes, durante la ocupación rusa, el latín, el griego, el inglés y la filosofía, con la pretensión de que nadie aprendiese a pensar por sí mismo.
Posteriormente hubo épocas en que se intentó reducir el valor de la libertad, valiéndose de un lugar común: “la libertad, es obedecer a la necesidad”, al que Jacques Ellul se opuso y ridiculizó en su libro publicado en 1966, “Exégesis de los nuevos lugares comunes”, que superó ampliamente el de León Blois con parecido título, en 1901: “Exégesis de los lugares comunes”.
Lo que se pretendió en este caso, fue, ni más ni menos, que tratar de convencernos de que seremos más libres si nos acomodamos y seguimos los numerosos cambios, que se producen en la sociedad, que van desde la forma de vestir, expresarnos con modismos especiales, aceptar cómo y a qué velocidad se ha de conducir… llegando así a una planificación de nuestra vida, que al facilitarnos la forma de comportarnos, contribuiría a aumentar nuestra libertad, lo que dio lugar a que un Presidente de la República Francesa, el señor Pompidou, con motivo del V Plan, se dirigiese a los franceses diciéndoles: “La planificación asegura la libertad de cada uno de nosotros”, algo, que quizá pueda admitirse, si ello se entendiese como una contribución a nuestra comodidad, al no tener que esforzarnos en establecer la conducta a seguir, en determinados casos, pero que no daría lugar a disfrutar de una verdadera libertad, que es algo más profundo y que constituye “una idea imperecedera” (Thomas Mann). El mundo de la libertad y el mundo de la necesidad, son cosas bien diferentes.
Si deseamos conocer qué es la libertad auténtica, hay que recordar la respuesta que dio Horacio en el Libro Segundo de sus Sátiras a la pregunta: ¿Quién es realmente libre? “Hombre libre es el sabio que tiene poder sobre sí mismo; que no se espanta ni de la pobreza, ni de la muerte, ni de las cárceles; que acurrucado en sí mismo adopta la forma de una esfera lisa y bien redonda, cuyo movimiento y manejo nadie puede detener (los antiguos representaban al hombre libre por una esfera) y, en fin, el hombre sobre el que la Fortuna precipita en vano el peso de su irritación”.
En uno de los Ensayos más bellos de Abraham Cowley, escrito en el siglo XVII, “Of the liberty”, siguiendo a su “amado Horacio”, nos presenta los tres tipos de hombres que nunca serán libres: “el siervo del dinero», que identificó con Lépido, colega de César en el Consulado; el ambicioso, que pagaría cuanto le pidieran para dominar sobre los demás, como Octavio; y el voluptuoso, tal como lo fue Marco Antonio, en sus devaneos y ajetreos con Cleopatra.
Consecuente Cowley con su concepción de la verdadera libertad aprovechó para darnos tres consejos: “consigue tanta libertad como puedas; úsala de la manera mejor que te sea posible y una vez que hayas cumplido con las anteriores reglas, siéntete satisfecho al comprobar que aparece ante ti una larga barrera que no deberás traspasar”. ¿No han hablado nuestros grandes juristas de que todos los derechos tienen límites, incluso los llamados derechos fundamentales?
Siendo Cowley la representación de un perfecto inglés, no podía faltar en su Ensayo un trazo de humor, entreverado con notas de templanza y religiosidad y que recogió en una poesía, que compuso en latín, y que luego la presentó en inglés:
Durante las pocas horas de vida que se me concedan
dáme, Dios mío, pan y libertad;
no pido más; pero si algo más me concedieras,
te daré gracias por ese complemento (overplus);
si no me llegase lo libremente concedido,
estaré muy agradecido y me sentiré plenamente satisfecho.
(Artículo publicado en El Comercio de 6 de enero de 2018)
Viliulfo A. Díaz Pérez
Socio fundador. Abogado. Auditor de Cuentas. Administrador concursal