Hace ya un lustro que tuve ocasión de dar una charla en ese foro tan querido para mí que es el Ateneo Jovellanos de Gijón, en el que traté de ofrecer mi visión del Puerto de Gijón y del panorama que entonces se le presentaba con una ampliación recién realizada y una crisis económica en pleno apogeo que parecía echar por tierra el inmenso esfuerzo económico que esa infraestructura representaba para Asturias.
En aquella intervención ponía de manifiesto la importancia que los puertos tenían para las poblaciones que los acogían y también el termómetro que su actividad representaba para la vida económica no ya de la población sino de toda la región a la que servía.
Esa reflexión me servía para exponer el imparable declive económico que Asturias ha padecido desde hace ya décadas en relación a su participación en la riqueza nacional, pues pasamos de una situación, allá por los años 70, en la que los puertos de Gijón y Avilés juntos venían a constituir el primer puerto en tráficos de toda España, a la actual situación en la que ambos puertos se encuentran a distancias siderales de otros puertos de la red de puertos del Estado, y particularmente de los puertos del arco mediterráneo.
Sobre la base de ese panorama, argumentaba en mi charla a los amigos del Ateneo que la ejecución de las obras de ampliación del Puerto de Gijón, junto con la ejecución de otras infraestructuras que se acometían entonces, como era el caso de la regasificadora y la ZALIA, representaban una magnífica oportunidad para impulsar no ya el desarrollo del Puerto de Gijón, sino el de toda la Comunidad Autónoma del Principado de Asturias, si bien ponía yo en tela de juicio por entonces lo acertado de las políticas de incrementos de tasas portuarias que se planteaban para enjugar los sobrecostes que había tenido la ejecución de la obra.
El caso es que, transcurridos los años, observo que, aun cuando la situación económica de España ha mejorado sensiblemente, no parece haber sucedido lo mismo con el Puerto de Gijón y el resto de infraestructuras a las que me refería yo en aquella charla del 2012. Tal parece que existe un sentimiento general de desánimo, según el que aquel esfuerzo inversor no ha servido para nada, o peor aún, que se ha gastado inútilmente el dinero en infraestructuras que no sirven.
Y a partir de ese planteamiento, en un país aficionado como es el nuestro a repartir culpas cuando las cosas vienen mal dadas, se ha iniciado el correspondiente proceso de asignación de responsabilidades por las inversiones realizadas. Es más, parece que el gran caballo de batalla no es ya si la inversión realizada va a ser rentable o no para Asturias, y si mereció la pena acometerla, sino que se vuelve a plantear como cuestión primordial la de los sobrecostes del Puerto de Gijón, como si de la resolución de tal cuestión fuera la que viniese a dar la solución a la viabilidad económica de la inversión.
Al gran filósofo, político, jurista y escritor romano Cicerón se le atribuye la frase que decía que “gran descanso es estar libre de culpa”. Y esto parece estar pasando en Asturias con muchos de sus problemas y, particularmente, con el asunto de la ampliación del Puerto de Gijón. Parece que nadie quiere asumir ahora la importancia de esa capital inversión y que la obra debía haberse paralizado cuando se plantearon los problemas de sobrecostes en que hubo de incurrirse para su terminación.
Todos los que en su día se felicitaban con las obras que iban a dotar a Asturias de unas infraestructuras portuarias y logísticas de primer orden, parece que sabían ya, a toro pasado, que tales obras eran “faraónicas” y que nunca debieron haberse permitido, y menos aún la aceptación de los sobrecostes que exigía su terminación. Yo creo que en este punto –como en otros muchos- se culpa mucho y se dicen pocas verdades. El propio Cicerón nos diría que “la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”.
Sin embargo, lo cierto y evidente es que la obra está ahí ejecutada, con un coste de 625 millones de euros, 125 más del precio de adjudicación (un 25 % aproximadamente de incremento), y no de 260 millones como dicen los representantes del partido político que se ha personado en Audiencia Nacional contra los gestores directos de la construcción de la obra, con un atrevimiento que asombra.
Si, no hay duda alguna, la ampliación del Puerto de Gijón, con todas las dificultades habidas y tratadas hasta la saciedad, está hecha y será explotada en los próximos años con gran provecho para Gijón y Asturias. Las decisiones sobre su planificación y ejecución se deben a muchas personas e instituciones que hoy deberían hablar para defenderla. Lo más curioso es que es necesario que lo hagan porque los obligados directamente a ello (Gobierno de la Nación, y Puertos del Estado) no lo están haciendo, ni siquiera están dispuestos
Pronto será el tiempo en que se verá la verdad de la rentabilidad de la obra, de la actividad económica que ha generado y generará, de la postura de perfil que han adoptado los que deberían defenderla, de la forma en que se está atacando a la competitividad de Asturias desde su propio interior en connivencia con grises funcionarios de Madrid, servidores de varios amos.
Si tenemos una ampliación ejecutada, una regasificadora ejecutada y una ZALIA también en avanzado estado de desarrollo, no podemos dejarnos llevar por el desánimo. Hay que realizar los esfuerzos necesarios para que estas infraestructuras cumplan la finalidad dinamizadora para la que fueron en su día concebidas. Y si la crisis económica que hemos sufrido no ha permitido cumplir las expectativas que inicialmente se barajaban, ello no nos puede llevar a limitarnos al consabido proceso de intercambio de acusaciones y culpas al que me he referido, sino a redoblar si cabe nuestro empeño por el buen fin del proyecto. De las responsabilidades por sobrecostes ya serán los tribunales los que coloquen a cada cual en su lugar. Pero, insisto, esa no es la cuestión primordial. Lo primordial es sacar adelante y con provecho el esfuerzo inversor realizado.
(Artículo publicado en El Comercio– 17 de mayo de 2017)