En mayo de 1941 firmaba en Bayona el gran historiador y profundo conocedor de la psicología del pueblo español Rafael Altamira un libro cuyo título es “Cartas de hombres”. En su “Explicación preliminar” nos recuerda en su primera línea, que su obra “es el resultado de mi experiencia de la vida”… “No hay nada en estas cartas que no sea real…”. Con esta sinceridad se incorporó a la Universidad de Oviedo en 1893. Conquistó al alumnado por su dedicación, atención hacia aquel, y por la claridad de sus exposiciones. Al cabo de no mucho tiempo experimentó la tentación política, que desarrolló en puestos nacionales e internacionales, hasta que desilusionada se “jubiló anticipadamente” de la vida pública.
En el libro a que nos hemos referido hay una carta “Los accesorios”, en la que confiesa que en muchas ocasiones la política no tiene por fin, como quiso Jovellanos “conseguir la felicidad de los ciudadanos” y de aquí que comience por una especie de clasificación de los fines perseguidos por muchos hombres políticos:
“Hay políticos de muy sincera vocación, pero algunos consideran la política como una profesión lucrativa; otros, como una satisfacción de pura vanidad; y no pocos, después que alcanzan el tercer entorchado, adquieren (si es que no los poseían ya) la ambición y el placer “sui generis” del poder por el poder mismo; es decir, de mandar, disponer y dirigir la vida nacional o, por lo menos, una parte de ella”
El profesor Altamira sin embargo no deja de reconocer que existen políticos que buscan tan solo el triunfo, la propaganda y la práctica de las ideas que a su juicio crearían la felicidad del país al que pertenecen… Que estos últimos, son los menos, es un hecho que con toda franqueza reconozco como exacto, en lo que toca al presente y a los tiempos pretéritos… y eso constituye una atenuante para la sentencia definitiva”
La desnaturalización de la política la atribuye a los “accesorios”: “La lucha personal entre los políticos por mantener – según mi propia experiencia – y ocupar, su respectivo poder, es acerba, poco leal casi siempre, y huérfana de toda piedad. Tal vez los odios políticos sean los más crueles e implacables de todos los odios humanos”.
Años después la Sociología política puso de manifiesto que aquellos odios se refuerzan cuando detrás de todo hay una “política doctrinal” que olvidando las circunstancias de cada momento va a reinventar, como señaló Gaston Bouthoul, el lecho de Procusto: el hombre debe adaptarse a su doctrina, surgiendo así el fanatismo. En estas circunstancias, una de las cosas más peligrosas en política, será “la conciencia pura y la candidez infantil”, con que inician algunos su carrera en el mundo público.
No podía tampoco olvidarse Rafael Altamira, dada su experiencia, de hacer también referencia al “transfuguismo”, bien el de carácter individual – paso de una persona de un partido a otro – bien, como lo que podíamos calificar de distribución equitativa de las ideologías políticas dentro de las familias y que expresó de la siguiente manera: “las familias que se reparten las probabilidades de triunfo colocando a un individuo o más de ellas, en un partido, y otro u otros en el opuesto (enemigos aparentes y amigos confabulados, por lo general), haciendo muy insegura su adhesión en el momento crítico de las elecciones y pueden comprometer la seguridad del Gobierno después de la victoria. Hay pues que cortar para ellos, muchas veces la parte del león en el botín político, o cuando menos, una parte considerable”
Pero en ocasiones en este turbio ejercicio de la política no siempre puede achacarse a ella sus resultados, sino más bien atribuirlos a la naturaleza humana. Aquí es donde Altamira hace verdadero y justificado alarde de conocer la “psicología del pueblo español”, que fue el título de una obra escrita en 1927:
“la mayoría de las arbitrariedades, abusos e injusticias que se imputan a la política no proceden de esta; sino que son simples manifestaciones humanas de las pasiones (de malas pasiones) que nada tienen que ver con la Teoría del Estado, el concepto de Administración pública o los derechos individuales o su negación categórica. Son actos de envidia, de venganza, de cólera “et eiusdem furfuris”, que juegan en la vida social por fuera de la política y en no pocas veces en el mismo seno de la vida familiar…” Todo lo anterior son “los accesorios” ajenos a la política, que ponen trabas a la buena voluntad, en su ejercicio.
Con cierta desilusión Altamira se disculpa de que la profesión política que, durante algún tiempo ejerció, no salga mejor parada: “Sírvame, mi espontánea jubilación, como eximente, o, por lo menos, de atenuante. Un punto de contrición, etc.…” “Si lográsemos separar – ¡gran utopía! – a los profesionales políticos de buena fe, de las varias intrusiones que señalaba antes, el capítulo de cargos contra nosotros, sería mucho menos pesado de lo que es hoy.”