Durante los cincuenta últimos años del siglo XIX, se produjo una especie de torrente de libros, ensayos y discursos en torno a la llamada «cuestión social», dedicados a denunciar la triste situación en que se encontraban los trabajadores en España y a poner remedio a aquella, si bien debe decirse que las leyes protectoras del trabajo que se promulgaron, fueron más bien escasas, salvo la Ley Benot de 24 de Julio de 1873, que prohibió admitir a trabajar a niños y niñas menores de 10 años. Se predicó mucho, pero se dio poco trigo.
Antes de exponer las principales ideas de Azcárate en torno a lo social, parece necesario presentar la personalidad de aquel hombre, que fue catedrático de Legislación Comparada en la Universidad de Madrid y profesor del Instituto Libre de Enseñanza.
Adolfo Posada nos dio en su admirable libro «Fragmentos de mis memorias», los rasgos que caracterizaron a D. Gumersindo: «para Azcárate, espíritu profundamente religioso, todo problema humano -problema del hombre- en el diario vivir, era en esencia ético, de conciencia… de una conducta pública y privada ejemplares, intachables… su ideal se concretaba en la noción del deber que se elabora en el hombre interior. No he conocido un hombre tan sinceramente modesto -de una modestia que le venía de adentro- y tan desinteresado que no percibió otra remuneración del Estado, que la de su sueldo de catedrático o de la pensión de jubilación y cuando desempeñó durante 14 años la Presidencia del Instituto de Reformas Sociales, lo hizo sin cobrar sueldo, remuneración, gastos de representación, ni dietas, ni nada». Esta distinción en su forma de actuar nos inclina, sin poder evitarlo, a considerarle como una persona excepcional.
En su conferencia en el Ateneo de Madrid el 10 de noviembre de 1893 y en su libro «Estudios económicos y sociales» podemos entrar en contacto con sus ideas sobre el «problema social».
Parte Azcárate de la tesis, de que la «cuestión social» no es algo sencillo, construido, como algunos creen sobre un solo factor, la economía, sino profundamente complejo en que entran en juego los siguientes elementos: «si no tuviera un aspecto científico, dice, no se hablaría de la ignorancia del proletariado, ni de la enseñanza gratuita ni profesional; si no tuviera otro religioso, no pretenderían los unos resolverlo con los principios del Cristianismo, ni pedirían los otros, desde el campo opuesto, la renuncia a toda religión; si no tuviera otro moral, no clamarían estos contra los vicios de una clase y aquellos contra el egoísmo de otras; y no digo nada del aspecto económico, porque en este punto todos están conformes… y la tendencia general es hacer consistir todo en aquel; «el problema social» tiene también un aspecto jurídico, porque recordáis -decía a su auditorio- cuanto se ha hablado en este debate de igualdad, libertad, personalidad, asociación, propiedad y finalmente, el problema social tiene también un contenido artístico, aunque no se nos ocurra, porque, por desgracia, los necesitados de redención en este punto somos muchos, efecto de la desestima que tiene el arte, en cual se considera todavía como un pensamiento y no como un fin esencial de la vida».
Y como hombre religioso se lamentó de la poca influencia ejercida por la religión: «los poderes de lo alto se han debilitado y los que llevamos dentro de nosotros mismos, no han crecido. No hay nada que nos gobierne y no hemos aprendido a gobernarnos a nosotros mismos…»
En el discurso del Ateneo madrileño, citando a Jourdain hizo referencia a dos quimeras: «a la quimera socialista de una refundición de la sociedad, de una liquidación social, a la que seguiría una nueva, base de una justicia perfecta, y la de los que sueñan con una refundación radical de nuestros Códigos, bajo la aspiración de una justicia más perfecta, que se llama equidad».
Aquí Azcárate nos hace recordar a Thomasius cuando habló hace siglos de la «aequitas cerebrina» que varía según el cerebro de cada uno y que por ello no siempre puede cumplir con su función real.
Observando Azcárate durante muchos añs la manera de actuar de los partidos políticos, que casi nunca lograron ponerse de acuerdo, dado que cuando dice blanco el otro se opone o decide que lo mejor es lo negro, expresó el significado del negativismo permanente, acudiendo a aquella anécdota en que Proudhon, tras haber leído un libro del socialista francés Luis Blanc, nacido en España, hizo el siguiente comentario: «en cuanto al valor filosófico del libro, hubiera sido exactamente lo mismo, si el autor se hubiese limitado a escribir en cada página, en gruesos caracteres, esta sola palabra: PROTESTO».
La inquieta y tambaleante política de su tiempo la vio como la mayor dificultad para resolver de verdad el problema social: «la estabilidad en el orden político es la condición para resolver todos los problema sociales y dirigiéndose a los que les escuchaban manifestó: «dejo a su consideración y creo que en esto no me ciega la pasión, juzgar, si en las actuales circunstancias existe estabilidad en España».
Pero ¿cómo fue la carrera política de D. Gumersindo? La respuesta de Adolfo Posada no pudo ser más expresiva: «no llegó Azcárate ni siquiera a Ministro, solo a Diputado a Cortes, por León, su pueblo, hasta que en su pueblo, ya en el triste ocaso de su vida, fue derrotado por el dinero de un rico hombre de negocios, como también lo fue, cuando sus amigos y compañeros quisieron hacerle Senador por la Universidad de Madrid. ¡Ah!, se me olvidaba,» sigue diciendo Posada: «Azcárate a los sesenta y tantos años fue vicepresidente tercero del Congreso de los Diputados. ¡Conste!. El Marqués de Mochales, elegido vicepresidente segundo, cuando Azcárate tercero, le decía en cierta ocasión: ¡Qué carrera hemos hecho, amigo!».
En fin, sorprende y agrada a la vez, descubrir en libros viejos y polvorientos, hombres tan representativos como D. Gumersindo de Azcárate, que consideraron totalmente normal el cumplir diligentemente con su deber, sin necesidad de que se balancease ante su persona continuamente el botafumeiro. Nos hallamos, bien al contrario, ante un hombre que «pensó alto, sintió hondo y trabajo recio». Nada más ni menos.
(Artículo publicado en El Comercio de 30 de junio de 2017)
Viliulfo A. Díaz Pérez